Tuesday, March 28, 2006

Marina On Line

En el mundo de los libros de papel, hasta la fecha no hay mejor síntesis crítica de información historiográfica sobre Marina que La Malinche: de la historia al mito, de Fernanda Núñez Becerra (INAH: México, 1998). Y no está de más leer también todavía en papel y tinta pre-mcluhaneanas y también de Núñez Becerra: "La Malinche, amor y traición en el México del siglo XIX", en Graphen 2006, Revista de historiografía. Esta interpretación de Núñez Becerra marca, sin duda, el "paradigma" contemporáneo en términos de hermenéutica crítica realmente posible, una legítima desvirtuación contracultural del canon, al menos, de la SEP, para quienes ya entiendan del tema, de ahí la extrañeza que nos causa ver que no se le "cite" todavía en forma correspondiente, es decir, que se le use sin reconocimiento del trabajo de intercambio historiográfico allí ahora "sintetizado". Para tratar de ir, desde allí, más adelante.

Y durante nuestras "indagaciones coreográficas" sobre el tema y con mucha información sinergizada para "principiantes" o "gente no muy iniciada todavía" en lo de La Malinche para México, nosotras, otra vez coordinadas por Adriana, nos "encontramos" con este sitio en línea y en lengua inglesa...

Marina

Y donde dice USERNAME, teclea: dtu
Y donde dice PASSWORD: 222hijinx

¡Para que no se diga que la contracultura feminista o antipoder queercito no regala nada de nada! ¡Que quede!

La información audiovisual que allí encontrarás, nosotras consideramos que es muy buena para tener una visión general y muy rápida, a vuelo de águila, de todo lo que significa nuestro tema para México, cierto México y ciertos Méxicos. Una cosa, tal vez, de conquista subalterna. Pero entonces también de emancipación alocada pero efectiva. Saludos a Marta Lamas y Gina Vargas. Ni se diga para Amalia Fisher, Ximena Bedregal, Francesca Gargallo y Margarita Pisano.

Ah, y, "¡jijos de la malinche!", quienes tengan el idioma actualmente "mexicano" como segunda o tercera lengua, así sean gente cholilla "auténtica": recuerden nomás que Frida Kahlo no tenía mucho cariño por la Malinche, para que así indaguen mejor en el inconsciente de Diego, por decir un nombre rápido, en asociación "liebre" de ello. Hay que producir ya algo así como la "todo terreno" de las traducciones, ¡que ni qué! Para que haya "la buena" o "ella no-ella" de eso.

Nos comunicamos, luego entonces: sigue(s) leyendo. Plis.

Sunday, March 05, 2006

La Malinche Hoy

Presentación

El propósito de esta publicación en línea es el de comunicar algunos de los resultados prácticos del trabajo de nuestro Seminario de Estudios de Género (2004-2006).

Por una propuesta de Adriana, nos propusimos revisar juntas y del modo más libre que fuera posible la figura de La Malinche y hacerlo, además, con toda nuestra perspectiva feminista, sin depender de un "centro". Descubrimos muchas cosas que consideramos interesantes. Aquí comunicamos algunas de ellas. Hay más, siempre habrá más sobre este tema, esta mujer. Más feminismo y más que contar.

Un ejemplo: así comprobamos que ella no fue la "Malinche" durante la conquista de México. En ese momento los indios le dieron tal nombre a Hernán Cortés, muy probablemente porque lo veían como la sombra o fantasma de ella, que era quien sí hablaba y daba órdenes para ambos bandos. No vieron a la mujer traductora sino a la persona originadora de todo lo que estaba pasando con Cortés y los suyos, y al otro, a Hernán Cortés mismo, el varón, nada más lo veían como su remedo o títere, tal vez. Fue mucho tiempo después de ocurrido el triunfo militar de Cortés, ya más bien en el siglo XIX, cuando se le transfirió el sobrenombre de Malinche a ella.

Estudios de género, desde nuestro punto de vista, es un gesto que significa actuar en contra de una injusticia. Contra la invisibilización social de la sobreexplotación del trabajo (real, simbólico, imaginario...) de la(s) mujere(s) y personas afeminadas. Contra la "castración" de lo otro mujer, contra el olvido y la denegación sistemática de lo otro femenino.

En la academia contemporánea, el movimiento y el pensamiento feministas, a través de los estudios de género, se plantean más que nada y de forma transdisciplinaria como una actitud ética, una legítima "necesidad" democrática. Igualdad y equidad de género. Un gesto de responsabilidad (personal y colectiva). Para terminar de modo argumentado y convincente con la injusticia general en contra de las mujeres y el sexo femenino, para tratar de hacer así una sociedad en verdad cada vez más democrática y equitativa.

Trabajar como grupo de estudio e investigación nos demanda vías transgresoras, desviaciones, transformaciones. Otra academia dentro de la academia de gran excelencia. Ciencia postmoderna, se ha dicho. Buena voluntad para pensar y valorar, consideramos nosotras. Desde donde estamos.

No quisimos ser victimistas. Quisimos buscar con sistema lo positivo o realmente diferente de Marina. Eso que, según escribió Carlos Monsiváis, la ha hecho pasar de ser una traidora a ser algo así como una digna edecán y traductora.

También quisimos tomar muy en cuenta que cada época determina sus interpretaciones del pasado y del porvenir, que no hay tradiciones fijas ni duraderas, que predomina el cambio en todo. Y que eso tiene que ver con la libertad y con la liberación feminista de la humanidad entera.

Lo "único" fue un sueño neurótico del patriarca que no hay. Una cosa de envidia e ignorancia, quizá entre cómplices de ambos sexos. Pero únicamente una ilusión que ya hoy parece imposible, impensable.

Todo esto de Marina nos comenzó como una reacción crítica a la lectura del capítulo que Octavio Paz le dedica a la Malinche en El laberinto de la soledad. Nos pareció chocante, torpe, el modo en que Paz interpreta a las mujeres y los varones. Algo siempre un poco anticuado en él, poeta, en definitiva, "romántico", tan coetáneo de Agustín Lara como de André Breton. Y para quitarnos el malsabor de las ideas machistas de Paz, nos resultó muy iluminador para el debate y la reflexión el conjunto de ensayos hermenéuticos e historiográficos que Margo Glantz reunió sobre ella: La Malinche, sus padres y sus hijos (Taurus: México, 2001) . También este conjunto de ensayos deja ver lo significativa que es esta mujer de la conquista para la actual sociocultura mexicana, una cuestión en verdad de "identidad", pues unifica una época de México y su más allá de las fronteras y la geografía. Ya que, según parece, sólo a la gente mexicana le preocupa la Malinche.

Fueron más que nosotras cuatro las personas que trabajaron semana a semana durante este período en el Seminario de Estudios de Género, también eran más las que integraron el evento final resultante en la Universidad del Claustro de Sor Juana; pero este resultado en internet es por completo nuestro. Y ahora de ustedes. A todas ellas les agradecemos su participación. Como también, ahora, a ustedes. Y a quien esto ahora mismo lea, por su interés en nuestra prosa de ideas, cuando estamos en un munditoo donde YouTube como MTV o el Canal Gourmet parecen querer reducir todo a nada o casi nada. Cosa triste.

Pero si es cierto que ahora y aquí alguien como tú lee esto y sigue leyendo hacia abajo de la página virtual, queda la posibilidad de la comunicación en la diferencia, la vibración de la libertad, la esperanza de que algo no sea como todo. Que algo no sea pura ilusión y mentira.

Traiciones, no siempre significan malas acciones. Se puede traicionar un vicio, al dejar de tenerlo. Traicionar al amo el esclavo no es de principio algo negativo. La parte maldita también libera.

Traducciones son todos los pensamientos, todos los actos de habla y más que nada todos los sentimientos. Recordar, por ejemplo, ya es traducir, reinterpretar. Pensar es estar traduciendo en forma intensa, muchas cosas al mismo tiempo.

Y reinterpretaciones. Que es lo de seguir interpretando, siempre, porque no hay la interpretación única, definitiva, con todita toda la verdad.

Acto literario: prosa de ideas. Historiografía: interpretación y cuestionamiento de documentos. Lo que a la Chorcha Chillys Willys (Gloria, María Adela y Salvador) le enseña Guy Rozat.

Estudios de género con algo de nuestro "estilo".

Sea.


Adriana González Mateos (coordinadora),
María Adela Hernández Reyes,
Gloria Hernández
y Salvador Mendiola.

Primavera 2006.

Adriana González Mateos

Cómo desenterrar a una antepasada

El momento decisivo en la vida de la Malinche sucedió después de la Conquista. Bernal Díaz del Castillo narra cómo regresó a su lugar de origen y perdonó a su madre y a su hermano por haberla vendido como esclava, muchos años antes. Se había convertido en una mujer poderosa, rica, cruel. Marta y Lázaro, que son los nombres cristianos de su madre y su hermano, temían con razón una venganza sangrienta. Seguramente habían oído hablar de las torturas infligidas a los señores aztecas. Quiero decir que esta mujer no retrocedía ante el asesinato, como antes no había retrocedido ante la derrota de la Noche Triste, cuando escapó a pie entre los soldados españoles y mantuvo la decisión de sobrevivir y vengarse. Viril, la llama Bernal Díaz. El designio de destruir el mundo de los aztecas había dado calor a sus días, energía a sus noches. Y sin embargo perdonó a aquellos miserables que la habían condenado a la esclavitud cuando estaba indefensa, aunque su deber era haberla protegido. Por lo menos, Bernal Díaz narra la escena como un afectuoso reencuentro familiar.

El momento al que me refiero sucedió poco después. Doña Marina estaba orgullosa de su habilidad como lengua y se esmeraba en perfeccionar esas dotes. Esa mañana quiso decirse los sentimientos que la embargaban ahora que había desandado uno de los caminos más tortuosos de su pasado. Se encontró pensando en español. El idioma de los conquistadores se había convertido en el lenguaje de su corazón.

O quizá su corazón ya no sentía en ningún idioma preciso. Sus sentimientos y sus vivencias echaban mano de palabras nahuas, de refranes mayas, de giros extremeños. No tenía un idioma para la guerra y otro para el amor. Se había convertido en una mujer que ya no podía habitar un solo mundo.

El español era un idioma que la había liberado de la esclavitud. En esa lengua se había entendido con el padre de su hijo Martín, en esa lengua se casó con Juan Jaramillo. Pero sobre todo, esa lengua le permitió mirar a su alrededor desde un lugar en el que no podía estar nadie más que ella. Durante muchos meses, quizá años, fue la única persona que podía hablar en maya con los mayas, en náhuatl con los pueblos del altiplano y en español con los españoles, la única que podía traducir de una lengua a la otra y permitir algún entendimiento entre quienes se encontraban por primera vez, procedentes de mundos ajenos entre sí. En ese lugar, en los límites de tres lenguas, sin ningún diccionario bilingüe que limitara sus percepciones, intuyó otras maneras de decir cosas hasta entonces no dichas. Que esa habilidad para propiciar el entendimiento fuera un arma formidable tuvo que llenarla de júbilo. Descubrió que su odio al mundo que la había esclavizado era compartido por muchos. Y a ella le tocó tejer alianzas, verbalizar acuerdos, encontrar las palabras de la rebelión, de la venganza, de la utopía.

También le tocó conocer asuntos confidenciales y decidir cómo traducirlos entre gentes llenas de desconfianza. De ella dependió limar asperezas o exacerbarlas, guardar secretos o deformarlos. Que haya pensado en su propio interés, en el de los conquistadores o en el de los aliados indígenas será siempre materia de conjeturas. Sobre todo, ella fue quien antes que nadie vivió en la zona de contacto en la que al menos tres mundos, tres idiomas, empezaban a entreverarse. Vivió negociando, tratando de pensar cómo se diría en un idioma lo que escuchaba, lo que sospechaba o adivinaba en el otro. El día de la masacre de Cholula vio morir a quienes había elegido como enemigos, y supo que desde ese mismo sitio de poder hubiera podido contemplar la masacre de los españoles, porque en ese momento, la decisión de lo que pasaría la había tomado ella.

Quiero explorar esa decisión de destruir, esgrimida por una mujer. Pienso que la Malinche debió tener motivos suficientes, incluso motivos compartidos por una mayoría entre los pueblos sometidos por los aztecas. La eficacia de su labor sólo se explica reconociendo que la palabra dicha por ella encontró muchos oídos hospitalarios. Sin duda sus años de esclavitud le proporcionaron un conocimiento muy íntimo de la injusticia, de la rabia acumulada contra el imperio. Un día se encontró en la posición en la que esa rabia podía convertirse en diplomacia. Quizá la ira fue el vehículo que facilitó la comprensión entre las lenguas.

Es una ira oculta bajo densas capas de malentendidos. La Malinche narrada, pintada o recordada por la cultura del dominio masculino aparece neutralizada, domesticada, convertida en una buena mujer, en una víctima. Bernal Díaz convierte a Doña Marina en una cristiana ejemplar, espejo de virtudes, dama honorable. El siglo diecinueve la transforma en una mujer enamorada, José Clemente Orozco en la Madre Tierra, Octavio Paz en un montón de huesos y lodo, la mujer violada que recibe en su cuerpo la ira de un otro indiferente. Ninguno de estos hombres ilustres ha sido capaz de soportar la idea de esta mujer poderosa, furibunda y decidida a actuar. Yo quiero imaginármela.

Para encontrar algo parecido a la Malinche que necesito debo buscar a otra mujer, la escritora chicana Gloria Anzaldúa. Ella escribe pensando en La Malinche: yo no vendí a mi pueblo; ellos me vendieron a mí. Anzaldúa habla de ese silencio al que la cultura blanca, anglosajona, colonial y capitalista ha reducido a la mujer de piel oscura, esa mujer cuya rabia es invisible. En silencio, detrás de su cara anónima e ignorada, ella sigue atizando esa llama secreta y sigue esperando su hora. Cuando ella, igual que su ancestra, la esclava Malinalli, pueda convertir su rabia en poder.

Anzaldúa habla desde el lugar de una mujer de piel oscura, discriminada en los Estados Unidos, rechazada en México por ser chicana, una mujer de la frontera y por eso descendiente de Malintzin. En ella se mezclan y se confunden las lenguas, las culturas. Vive en un proceso de impureza, de mezcla, de falta de respeto a las varias tradiciones a las que no pertenece, comete la traición a los mundos que la han proscrito. Ésta es la traición creativa de donde surge el futuro. Porque la relación entre la traición y la traducción es compleja. Ningún idioma es perfecta calca de otro, y a la inexactitud de una traducción se la puede llamar traición. Pero de esas faltas de identidad y de correspondencia se debe también el esfuerzo creativo de darle a un idioma lo que le falta, de extenderlo y violentarlo para pensar fuera de sus cauces habituales, de sus ideas consagradas y de sus inercias. De estas aperturas de sentido ha nacido mucha buena literatura, además de algunas nacionalidades y muchas religiones.

La lengua reprimida de La Malinche aparece en las páginas de Anzaldúa como un músculo que se rebela contra las manipulaciones del dentista, contra la anestesia, contra el mandato de callar. Anzaldúa le da a la Malinche una lengua de serpiente, la lengua bífida que corta, traspasa, se asume como venenosa para decir lo prohibido. La lengua de Tenepal, el segundo nombre de Malintzin, que quiere decir “la que corta” (y también “la que habla mucho”). En el cruce entre el mito bíblico, que entiende a La Malinche como una Eva autóctona, y las tradiciones prehispánicas que relacionan a las diosas con las víboras, ésta es la mujer-serpiente que recupera los poderes femeninos acallados y los moviliza.

Para mí la Malinche es la mujer de lengua indomable, la llamada a decir lo que nadie dice, eso que la normalidad censura. Mi perspectiva es distinta de la Anzaldúa, aunque yo he sido una mexicana en Estados Unidos, alguien que hablaba con acento y se sabía no blanca. De esta experiencia nació mi interés en la Malinche, que no disminuye al regresar a México, porque su huella en mí es la facultad de reconocer esas faltas de continuidad donde fallan los discursos del poder. Para mí la Malinche se ha convertido en el emblema de la mujer que levanta la voz, la que no retrocede ante lo impropio, lo imúdico, lo censurado. Desde su perspectiva de esclava, de mujer intercambiada, de india desdeñada por los blancos, de habitante de una frontera y una periferia, ella descubre las fisuras donde falla la cultura, donde las ideas recibidas y el sentido común ya no alcanzan, donde las respuestas de siempre se agotan, porque en esos pequeños huecos, en esas excepciones que no están previstas, la realidad construida desde la cultura ya no sabe responder y la Malinche empieza a hablar con su lengua que es como una lanceta, afilada y destructora y creativa.

Durante años la Malinche fue la loca que habla sola, porque nadie entendía su idioma. Era la esclava que se sueña libre y dueña de su vida. Cuando hablaba de la princesa vendida le contestaban que moliera el maíz, en el idioma de las certezas apacibles que prefiere que las mujeres se callen.

Ella es la que dice no. No le gusta el mundo que la rodea. No deja de verle los defectos, las fealdades, las carencias. Porque sabe otras lenguas, sabe que hay cosas intraducibles, cosas que se pueden sentir y pensar en un idioma que este mundo no conoce, el idioma que ella está inventando al hablar. Su violencia es el esfuerzo por decir lo que se ha decretado inexistente. Es la labor de ampliar, al violentar el lenguaje, los límites de un mundo que caduca. Un mundo donde ella es imposible.

Esta mujer no ha podido ser vista por la cultura oficial mexicana ni por nuestra cultura popular. Han pasado más de quinientos años de la Conquista, y sólo ahora podemos empezar a recuperar o a inventar una mujer así. Enfrentarnos a esta anepasada implica desprendernos de capas y capas de prejuicios y clichés que pretenden darnos una imagen distorsionada de ella. Pero la Malinche es ante todo un espejo. Desde siempre ha traducido lo que se le confía y lo ha transformado en otra cosa. Ver a la Malinche como una rebelde y una creadora dice mucho sobre ella, pero quizá dice más sobre nosotras y sobre el momento en que nos detenemos a pensar en ella. Cuando la elegimos como antepasada y empezamos a desenterrarla.

Saturday, March 04, 2006

Códice de Tizatlán, Tlaxcala, México


Códice de Tizatlán, Tlaxcala, México.

María Adela Hernández Reyes

El huipil de Doña Marina

Hermoso huipil llevabas
Que la Virgen te creí
La Llorona

De las cinco Cartas de Relación que Hernán Cortés envía a los “Muy Altos y Muy Poderosos, excelentísimos Príncipes, Muy Católicos y Muy grandes Reyes y Señores. El rey don Carlos, futuro Carlos V, y la reina doña Juana, no es sino hasta la última de éstas donde aparece mencionada por su nombre doña Marina, “la lengua”. En las cartas anteriores simplemente aparece mencionada como “la lengua y un faraute que traía”. Pues se supone que ella no hacía sola este trabajo de traducir, Cortés tenía todo un equipo de traducción simultánea para sus relaciones públicas de conquistador español. Sin embargo, en su relato oficial, doña Marina no juega un papel importante, tan sólo aparece como un personaje secundario.

Sabemos de ella y todo lo que hizo en la conquista de México más que nada por las crónicas de otros conquistadores militares y espirituales, muy especialmente la de Bernal Díaz del Castillo, que es quien sí le da un papel importante en todo este asunto de la conquista. Pero también la mencionan en sus historias López de Gómara y Andrés de Tapia, quienes también narran cómo la ayuda de doña Marina fue crucial para la conquista militar.

¿Marina o Malinali o Malitzin? ¿Cuál era su nombre verdadero? El caso es que la bautizaron
con el nombre de Marina, para que pudiera ser una persona capaz de tratar con los españoles y acompañarlos y ayudarles en esa aventura de conquistar el México de Moctezuma. Y así es como me parece más adecuado referirme a este personaje, como Doña Marina.

Además de las fuentes escritas españolas e indígenas se encuentran las imágenes iconográficas creadas para explicar la conquista. Hay una serie de documentos tipo códice prehispánico que narran toda esta historia, como lo es el de Muñoz Camargo con su Descripción de Tlaxcala, o el anónimo Lienzo de Tlaxcala, o el Códice Florentino o el de Tizatlán, entre varios otros más del siglo XVI. Es justo ahí, en el Códice de Tizatlán (imagen que encabeza este ensayo), en donde se puede “ver” cómo era o pudo ser este personaje,
Doña Marina, en tanto que ella aparece de pie, detrás de Hernán Cortés, realizando un gesto con la mano, como en actitud de dictar o escribir en el aire con el índice extendido y los demás dedos contraídos. Seguramente señala de este modo las palabras que salen de su boca traductora/traidora y que Cortés atento escucha.

Crónica de Tlaxcala, Diego Muñoz Camargo

Es en estas imágenes de carácter iconográfico donde se puede apreciar cómo es la apariencia o representación visual que el mundo español triunfante tiene de ella, pues en la descripción verbal que se hace en las crónicas que escribieron los conquistadores resulta muy difícil imaginarse cómo sería, físicamente hablando, este personaje de Marina.

Las descripciones que hacen de doña Marina estos cronistas son, más bien, apreciaciones del carácter de ella. Aunque Bernal la da a entender cómo más blanca y noble de lo normal. Respecto a la historia de su procedencia, todo es muy confuso, no hay acuerdo en ello, y son tan diversos los lugares en donde dicen que nació... que de Guazacualco, de Viluta, cerca de Coatzacoalcos, de Huilotitlán, de Xaltipan, de Tectipac… En fin, que no se sabe bien a bien de dónde la llevaron o de dónde llegó.

El caso es que, si se trata de elegir alguna de estas versiones, me quedo con la que dice que: “Hechas las paces con los de Tabasco después de la batalla de Centla, los caciques traen regalos a Cortés: algunas joyas, comida y veinte mujeres de las que ellos tienen por esclavas, para que moliesen pan’, es decir para que les hagan tortillas” --como cuenta la crónica de Tapia, pues: “Pensaban hacerles gran servicio, como los veían sin mujeres, y porque cada día es menester moler y cocer el pan de maíz en que se ocupan mucho tiempo las mujeres.”

Es entre este grupo de mujeres donde supuestamente venía la joven indígena que después será Marina. Las razones por las que sobresale
inicialmente son tres: era de buen parecer, entrometida y desenvuelta. Así que, como cuenta Tapia: cuando llegan los enviados de Motecuzoma a dialogar con Cortés, hablando náhuatl, Jerónimo de Aguilar no les entiende, situación problemática; entonces, alguien cuenta que vieron a una de las indias obsequiadas por los caciques de Tabasco, que ella estaba hablando con los enviados, de manera que sabía las dos lenguas, entonces es cuando Cortés la tomó aparte con Aguilar y le “prometió más que libertad si le trataba verdad entre él y aquellos de su tierra, pues los entendía, y él la quería tener por su faraute y secretaria”.

Y ahí es donde inicia la historia de traductora/traidora de Doña Marina. La razón principal porque ahora la recordamos. Una esclava a la que le ofrecieron la libertad a cambio de su trabajo como traductora/traidora o puente entre lenguas diferentes. Todo esto ocurrió hacia el 15 de abril de 1519, aproximadamente, y se calcula que Marina debió tener entonces, cuando Cortés la toma de intérprete, unos 15 años de edad. Además de que “la doña Marina tenía mucho ser y mandaba absolutamente entre los indios en toda la Nueva España”. Este tener mucho ser y mandar es algo que en definitiva lleva a exclamar: ¡qué ánimo tan varonil tenía Doña Marina!

Lo cierto es que algo tenía esta Doña Marina, ya que no sólo los españoles veían en ella dotes de mujer de poder, según las crónicas también los indígenas cayeron en ese su influjo mágico, como le pasa en Cholula con una señora de esa ciudad, que, “como la vio moza y de buen parecer y rica, le dijo y le aconsejó que se fuese con ella a su casa”. Quería casarla con su hijo. Cosa que Marina no acepta. Prefiere regresar con los españoles a contarles lo sucedido con esa señora que le anuncia la rebelión que se planea contra los españoles, y dicen que gracias a ese aviso los españoles ganaron la batalla de Cholula. Otro de los momentos que la vuelven Marina traductora/traidora.

Pero de su indumentaria o vestido no podemos hacernos una idea clara con este tipo de descripciones. No cuentan nada de cómo estaba vestida, por ejemplo, en ese primer encuentro, cuando la llevan de regalo entre las otras mujeres, ni cómo se vestía cuando ya andaba entre la comitiva de Cortés.

Sólo contamos con la información de los códices de la conquista para tratar de imaginarnos un poco de cómo andaba ella vestida. Y digo un poco, pues su indumentaria en estas imágenes de códice, una vez que se trata de definir de acuerdo a los usos y costumbres de una etnia precisa, no corresponde a un grupo determinado de los que habitaban Mesoamérica en ese momento histórico. Su indumentaria es de tipo prehispánico sólo en apariencia, si pensamos que lo que porta es un huipilli o quechquemitl y un enredo largo; algunas veces anda descalza, otras, calzada con sandalias o con una especie de alpargatas españolas, sin tocado en la cabeza, aparece casi siempre con el cabello largo, negro, suelto. Aunque en las imágenes de la crónica de Durán aparece rubia, como una auténtica princesa de cuento de caballería andante. Básicamente eso es todo lo que podemos ver y saber sobre su indumentaria.

¿Qué es lo raro, entonces, en todo eso? --me preguntarán ustedes. ¿En dónde está el detalle para pensar que hay algo que no vuelve "prehispánica" su indumentaria?

Yo encuentro dos detalles que me parecen dignos de tomarse muy en cuenta; y que, cuando ambos se perciben bien, se entiende que la indumentaria de Doña Marina corresponde más bien al modo español de vestire de esa época. El primer detalle es tener que aceptar que un huipil prehispánico tenga mangas largas a manera de suéter o abrigo. Ya que los huipiles prehispánicos no tienen mangas, propiamente hablando. Una blusa sí tiene mangas. Pero el huipil que vemos en las imágenes prehispánicas tiene otra forma de cubrir el cuerpo, otra forma de cubrir los hombros y los brazos.

El segundo detalle que encuentro tiene que ver con lo ancho del huipil que vemos como indumentaria de Doña Marina en las imágenes de los códices. Pero para entender mejor esto de lo "ancho" que hablo es necesario saber cómo es un huipil...

Huipil actual

Un huipilli o "camisa de mujer indígena" es una pieza de tela de forma rectangular, cerrada por ambos lados, dejando en cada uno un espacio para meter los brazos, y con una abertura central en la parte de arriba para meter la cabeza. Así, lo largo comprende desde los hombros hasta un punto determinado del cuerpo, hacia abajo: la cintura, la cadera, las rodillas, los tobillos, son los diversos largos de un huipil. Y lo "ancho" del huipil es lo que abarca del arranque del cuello hacia los hombros y hasta medio brazo.

Es ahí donde me parecen raros los huipiles de doña Marina, me llama mucho la atención lo anchos que son sus huipiles, tan anchos que le llegan hasta la muñeca.

Conviene señalar aquí las características principales de los atuendos mesoamericanos…

Estas prendas estaban limitadas en su tamaño y forma por el uso generalizado del telar de cintura, el cual permite sólo una anchura fija de los lienzos. El largo sí dependía del uso que se les daría. Pero no podían ser muy anchos para poder tejerse.


Algunos de estos textiles producto de telares de cintura se convertían en prendas de vestir cuando se enredaban y anudaban al cuerpo, como el "enredo" en la cintura, en el caso de las mujeres, y el taparrabo en el de los varones.

No era tampoco común que fueran prendas hechas a la medida, no se cortaban con mangas ni piernas; y en algunos casos no se ceñían mucho al cuerpo.

Huipil prehispánico

Buscando la posible procedencia de tal indumentaria de Doña Marina, o sea, "su huipil", me di a la tarea de revisar muchas imágenes iconográficas del huipilli prehispánico; muchas más que sólo las de los códices de conquista. Necesitaba una cantidad amplia de imágenes y posibilidades de huipil, para así poder construir un modelo ideal que me permitiera tener más tela de donde cortar para entender la forma y el significado posible del huipil de Doña Marina. Entre esas imágenes están, de inmediato, como ya dije, los códices prehispánicos: Borgia, Nutall, etc. Pero también están las imágenes provenientes de la cerámica y de las estelas, lo mismo que de la pintura mural, la escultura y la ornamentación arquitectónica, las muchas imágenes que contienen información respecto a este tipo de indumentaria precolombina. Así fue como me dediqué por un buen tiempo a revisar representaciones prehispánicas de mujeres, para analizar su vestuario y tratar de comprender mejor las diferencias de Doña Marina.

Códice Borgia

En el códice Borgia, se puede apreciar que la indumentaria de las mujeres comprende una falda que llega a la rodilla o los tobillos, que se complementa con un quechquémitl, que, de principio, se parece al huipil de Marina; pero que, bien visto, ya no lo es. A diferencia del huipil de forma rectangular, el quechquémitl es más bien de forma romboide o triangular, y más corto, ya que cubre hasta la cintura, y no cubre mucho los brazos, ni los pechos, como se muestra en la imagen de aquí arriba. Además, en este códice las mujeres aparecen representadas unas veces con calzado y otras veces sin él.

Códice Nuttal

En el Nutall la indumentaria de las mujeres es una falda que llega hasta la pantorrilla, con un quechquémitl o una especie de capa corta que va unas veces hacia el frente y otras a la espalda, dejando los brazos descubiertos; también puede ser una combinación de estos elementos, capa y quechquémetl. Todas aparecen descalzas.

Estela zapoteca

En las estelas zapotecas predomina el quechquémitl y la falda larga, y también están descalzas.

Vaso maya de cerámica

En algunos vasos de cerámica de la cultura maya clásica encontré otro tipo de indumentaria, bien diferente a la de las mujeres de las estelas del valle central de Oaxaca. Consiste en un enredo que va desde las axilas a los tobillos, dejando hombros, espalda y brazos descubiertos. También aparece en estas imágenes la versión del enredo corto hasta la cintura, que cubre a veces sólo la cadera, dejando todo lo demás descubierto. O también una especie de delantal que cubre la parte de enfrente, cae hasta los tobillos y se amarra en el cuello, dejando la espalda al descubierto.

Vaso maya de cerámica

Incluso se puede apreciar en uno de estos vasos un enredo que parece que tiene mangas, ahora sí como el huipil de doña Marina; pero el detalle de que deja una parte de la espalda descubierta lo vuelve por completo diferente. La ropa de Doña Marina con trabajo nos deja ver sólo su rostro y sus manos.

Conviene recordar también que la indumentaria de Doña Marina consiste en huipil y enredo o falda larga, y que estos enredos o delantales de las mujeres mayas no cuentan, ojo, con el complemento del huipil. Lo que me hace pensar que, si bien son muy parecidos, lo que usa doña Marina en realidad es otro tipo de indumentaria. Un huipil siempre muy diferente.

En las figurillas de cerámica se puede confirmar lo encontrado en los códices: quechquémitl con enredo, quechquémitl con falda, huipil corto con enredo, con puro enredo, y con la pura falda también las hay. Pero nada que sea exactamente como el huipil de Doña Marina, que, según las crónicas, tenía que vestir como una mujer maya de Tabasco. Aunque, ya entonces, bien vale la pena recordar que ella era una esclava entre los mayas, lo que vuelve un poco más difícil tratar de imaginar cuál fuera su indumentaria prehispánica.

Céramica prehispánica

Cerámica prehispánica

Cerámica prehispánica

Respecto a lo del huipilli en sí como prenda prehispánica, encontré tres figurillas que parece que traen puesto uno de ellos. Lo más efectivamente parecido al tipo del que porta Doña Marina.

Una de estas figuras porta una pieza de tela rectangular, que se extiende sobre sus brazos extendidos, pero sostiene en las manos unas como jaretas que salen de cada lado de la tela. De modo que este atuendo parece ser más como una "red" o "caja" que como una "camisa". Pero es indudable que sí se parece al huipil de Doña Marina.

La siguiente figura que encontré porta un huipil, es cierto. Sin embargo, los hombros y parte de la espalda le quedan al descubierto. Los huipiles de Doña Marina son totalmente cerrados hasta el cuello. Sin embargo, también hay un parecido.

La última figura de esta serie que encontré también porta un huipil escotado y corto, que le llega poco más abajo de la cintura, también tiene puesto un enredo largo, y además trae puesta una capa larga, lo que la vuelve bastante más próxima a la indumentaria de doña Marina; pero el huipil no le llega hasta las muñecas. De manera que ésta tampoco coincide por completo con el atuendo de Doña Marina.

Fray Diego Durán

En definitiva, después de mi siempre relativamente larga indagación, creo que son las mujeres mayas las que tienen una prenda de ropa que se acerca más al huipil de Doña Marina. No encuentro todavía algo más análogo por otra parte. Su indumentaria es como una mezcla de la indumentaria de los pueblos del valle central con la de los mayas y, en definitiva y más que nada: con la vestimenta de las mujeres de los conquistadores españoles. Bien se puede decir, por decirlo rápido, que ya es una indumentaria "mestiza", más con un muy marcado tono hispano-católico manierista. No un equilibrio, sino un sometimiento. Doña Marina se viste como una casta española católica del siglo XVI, ya no más como una indígena precolombina.

Una imagen de la pintura española de 1500, La Sagrada Familia, pintada por Pedro Berruguete, nos muestra una indumentaria bastante parecida a la de Doña Marina; y aquí, el personaje femenino, tiene, además, el cabello dispuesto tal como lo porta Doña Marina, suelto y largo. Las imágenes de las mujeres prehispánicas, no muestran este detalle del cabello largo y suelto. Es hasta los códices de la conquista donde se pueden apreciar este tipo de imágenes de mujeres jóvenes con el cabello suelto.

La Sagrada Familia, Pedro Berruguete

Códice Florentino



Es verdad, en las imágenes del Códice Florentino como la que aquí arriba estamos viendo, y también en las de otros códices y documentos iconográficos de la época, aparecen más mujeres "indígenas" vestidas con indumentaria casi "igualita" a la de Doña Marina. Un modo de vestir, insisto, ya muy "español" y "correcto" para ellas.

Por ahora quiero pensar que ella fue quien impuso la moda, que su indumentaria manierista sirvió de modelo para luego vestir igual a las demás mujeres conquistadas, pues no cabe duda de que esta indumentaria coincide en forma digamos que alarmante con la indumentaria de las campesinas españolas del siglo XVI. Después de todo, la conquista, fuera lo que fuera, significó un cambio de usos y costumbres radical para los pueblos conquistados, y sin duda también para el conquistador. Pero quienes salieron y siguen perdiendo son esos otros pueblos que habitaban este continente antes del encontronazo con España y el papa, en tanto la que fue reprimida y silenciada fue la cosmovisión prehispánica, en la que parece que jugaba un papel sobredeterminante el discurso de la fertilidad y las prácticas eróticas consideradas como perversas por el orden moral judeo-cristiano, comenzando por las "desnudeces" americanas que tanto escandalizaron a los ojos europeos.

Como se puede entender con las imágenes hasta aquí revisadas, el huipil de Doña Marina es ya en sí mismo una traducción y una traición, una reinterpretación o anomalía, otra de sus muchas traducciones y traiciones, otra de sus muchas "cortesías" como lengua de la conquista, un auténtico corte de lengua, otra vez, pues corresponde a un discurso no verbal: el sistema de la ropa. Y así, de traición en traducción y de traducción y traición sin parar hasta generar un desvío de discurso sociocultural que aquí nos tiene todavía hablando de ella, pensando en ella, tratándola de entender, de algún modo. Como ahora por su ropa.

La indumentaria de Doña Marina es una síntesis occidental de las muchas socioculturas y suertes que se enfrentaron y se mezclaron en la conquista de México, un símbolo de las mentalidades que ella puso en relación sociocultural a través del cruce de lenguas, haciendo la buena para la traducción hispano-católica para Hernán Cortés, el conquistador. Convertida por completo al orden del otro, sin saber de verdad todavía hoy nada de nada de por qué lo hizo.

Resulta difícil pensar, en definitiva, que ella, por sí misma, como una conciencia libre al estilo de hoy, halla elegido y podido pensar siquiera en elegir esta indumentaria. Más bien esta forma de vestir se la impusieron los españoles, al convertirla en una de ellos y en una para ellos. Pero así mismo siempre queda abierta la posibilidad de que todo esto de las imágenes de ella en los códices nada más sea una elaboración simbólica, no un retrato fiel y verdadero, sino un elemento icónico-metafórico propio de las imágenes mito-teo-lógicas de los códices y su objetivo conquistador, nada que ver con un retrato "realista" de ella como objeto material concreto, nada que ver con la objetividad descriptiva de una fotografía o algo por el estilo. Aunque la conquista de México ocurra en medio del renacimiento europeo, según se cuenta.

India cacica

Y así como nuestra Marina -- Mar... María... Maná... Mina... Mana... Ana...Aria... Rana... -- tenía el tratamiento de "doña" o "señora", y no es nada extraño que también fuera el modelo conquistador para una nueva clasificación social: las indias cacicas, las indias gobernadoras, las indias que obtuvieron dos derechos por su participación en la conquista, lo que nos da una imagen de ellas ya como damas de la Nueva España: uno fue el derecho de vestirse a la usanza española; y el otro, titularse justo así, como “doñas”, lo cual indicaba su dignidad, honor y crédito como “grandes señoras” con “nobles antepasados”.

Aquí hay que recordar que dentro de los múltiples orígenes posibles de Doña Marina, se encuentra el de que desciende de grandes y nobles señores, quizá, ya entonces, en esa deriva, señores de Tlaxcala, aunque luego la entregaran como esclava para despojarla de dichas grandeza y nobleza. De modo que ya venía ella como hija de una madre "traidora/traductora".

También hay que recordar, ya entonces, que, al final de la historia que aquí cuento, ella será poseedora de una parte del botín de la conquista de México. Y según su fama actual, la única a la altura y fama de Cortés.

Campesinas vascas, siglo XVI

Campesina pamplonica, siglo XVI

Templo de San Antonio Ahuhuaztepec, Tlaxcala

Aunque predominan las imágenes de Doña Marina como una mujer con el cabello suelto, en una imagen pictórica que se encuentra en la iglesia de San Antonio Ahuahuaztepec, justo en Tlaxcala, se le puede apreciar con el cabello recogido, con un peinado ya muy adecuado para estar en la iglesia. En esa iglesia católica de Tlaxcala, dentro de un edificio dedicado al culto de una religión que, según cuentan los cronistas, ella llegó a apreciar realmente como tal, como la única y la mejor para ella, de modo que debió considerar este tipo de edificios y pinturas como parte simbólica de un templo consagrado al "rito" y la "lógica" la religión cristiana de la España conquistadora, más medieval que renacentista, aunque ya más capitalista que puritana, pues se dice que Doña Marina presumía de ser mujer cristiana y de tener un hijo de su amo y señor Cortés, y de estar casada en legítimo matrimonio con un caballero como lo era su marido y compañero conquistador, Juan Camarillo.

Es también notorio que esta puesta en escena pictórica de Ahuahuaztepec la presenta siempre como una conquistadora, como una mujer "española" que peleó en la guerra con que Cortés derrotó al México de Moctezuma; pero también, por necesidad, la presenta de modo anómalo, en definitiva condición de pecado, como esposa simbólica de don Hernán, el Malinche. Pues esta imagen los representa realizando un contrato, un acuerdo simbólico, de hecho: el fin de la conquista. Así lo confirman el carcaj que ella porta en la espalda, lleno de flechas indígenas, y el arco que se encuentra a sus pies, lejos ya de sus manos de amazona. "Convertida" toda ella en señora nada menos que de Hernán Cortés, El Conquistador por excelencia y sin disputa.

Mientras que en este mismo cuadro del siglo XVII se puede ver que Cortés porta una vara o bastón de mando a la usanza indígena, lo que lo "convierte", al menos simbólicamente, en un legítimo gobernante para la mirada tlaxcalteca. Y tiene a los pies su sombrero de esposo español, que en el templo descubre su cabeza digna y honrada, tal como manda Dios. Algo en realidad herético, anticatólico, retorcido en serio, pues esta imagen contractual legítima el concubinato adúltero de Marina con el señor español, algo que en la realidad histórica nunca bendijo la iglesia única y dogmática de San Pedro y el papa.

De modo que este cuadro es en realidad un símbolo. Al principio parece representar el equilibrio entre los contrarios y diferentes: la india y el español, la mujer y el varón, la salvaje y el civilizado y así sucesivamente hasta el yin y el yang y toda la dualidad posible. Pero tal equilibrio en realidad es imposible, de ahí la fuerza simbólica del desvío, del pecado, al estar allí presente dentro del templo dogmático. Cosas raras del inconsciente humano, diré yo. Una transformación irracional, el contrato entre Marina y Cortés, la cosa, quizá, entera, de La Malinche, puro desvío puro, puro equívoco, pero que genera también comunicación, entendimiento, buenos acuerdos. Pero "comunicación" cierta, pues manifiesta, en definitiva, un acuerdo o convenio real entre sociedades ya entonces no tan diferentes y no únicamente un choque frontal a muerte entre solipsismos y "cosmovisiones" y los egoísmos de siempre. Que si así fuera todo, seguramente ya hace mucho tiempo que todo se hubiera acabado.

Poder ser cristiana y vestir a la usanza española. Por sus méritos. Sin depender de la sangre, ni de la herencia. Al realizar un acto de apoderamiento convertida en portavoz y parte de la mente colectiva con que Cortés torció en realidad las historias de todo mundo, nada más por aquello de la nariz de Cleopatra y las cosas del tiempo y su reflexión en forma humana. Así nada más sea sobre cosas de trapos y vestimentas, sobre cosas de moda y de cubrir lo que no parece haber razón para cubrir, y mucho menos de la manera que aquí he tratado de pensar con ustedes.

Huipil, siglo XVIII

Chorcha Chillys Willys

Cronología de Marina

A Guy Rozat, por el calzón de cuitlacoche de su invención.

¿1500?

Imposible tratar de establecer de modo único y definitivo la fecha de nacimiento de esta mujer, Doña Marina. La información hoy existente es muy ambigua y oscura sobre su edad y todo lo que tenga que ver con ella como ente de carne y hueso.

Para la leyenda, que es la "energía" que, desde el siglo XIX, mueve mucho de su presencia en nuestro discurso "nacional" contemporáneo, suele ser muy joven y siempre de los siempres muy bella cuando queda en poder de Hernán Cortés. De ahí en adelante, la leyenda sólo le otorga dos suertes posibles: o se enamora como loca de él, o él la viola y a ella le va de la patada, de modo que, sea como sea, terminará convertida en La Llorona.

Aunque, ya así la cosa conjetural, y para la "leyenda" y sus poderes, no faltan quienes creen que bien a bien todo puede ser sólo una invención simbólica, la construcción de una persona más literaria que real, Doña Marina, algo así como la Beatriz de Dante y la Laura de Petrarca, por dar un ejemplo rápido.

En esta cronología la consideramos una persona real, de carne y hueso, nacida un día de mujer y muerta en otro día, años después. Vivió, trabajó y se murió como todo mundo.

Ya entonces, si de veras vivió hasta la mitad del siglo XVI y murió de vieja, como se supone, pudo haber nacido todavía a finales del siglo XV. No hay forma de llegar más lejos. La cuestión de las "edades" se volvió un asunto matemático hace muy poco tiempo, desde que hay registro civil riguroso de los nacimientos. Por eso, elegimos este año cristiano con dos ceros de 1500 para suponer que en él fue engendrada la india Marina. Más imposible aún sería tratar de establecer con exactitud historiográfica el sitio en que ello ocurrió y las condiciones materiales y socioculturales en que se dio la unión de ese óvulo y ese espermatozoide que la engendraron.

Todo queda por ahora más que nada en lo simbólico, en la especulación, la conjetura y, por tanto, la fantasía mitopoética. Como casi todo lo demás, es cierto.

Si nos atenemos a los documentos de los conquistadores, donde resulta difícil distinguir la leyenda de lo real, su padre y madre eran gobernantes de la aldea o ciudad hablante de lengua náhuatl en donde Doña Marina nació. Aunque no cabe duda de que también resulta muy literario e interesado el hecho de querer convertirla en una aristócrata indígena, donde parece convertirse, ya decimos otra vez, en una princesa de novela de caballería.

Sobre las interpretaciones de su nombre y vida, casi todo proviene de los cronistas españoles de la conquista, las crónicas indígenas la manifiestan según este modelo. Y los cronistas conquistadores eran gente muy lejos de nuestra actual idea de verdad --creían en Dios y en el papa, creían en apariciones y milagros, desconocían por completo nuestra actual idea de ciencia y verdad, y creían que todo lo que no era como ellos estaba mal y tenía que desaparecer de la faz de la tierra. Operaban en otro orden de intercomunicación, muy lejano al nuestro. Uno oral y medieval, pero donde el libro impreso comenzaba a trastocar las cosas. Sin embargo, muchos de los intérpretes actuales de lo que ocurrió durante el encontronazo del siglo XVI les consideran, sin explicar bien a bien por qué y con qué argumentos, como etnólogos e historiadores "objetivos" como microscopio o telescopio muy al estilo científico del siglo XX, los ven como cristales transparentes que les vuelven intérpretes fieles completamente neutrales entre las culturas e incluso predispuestos del lado de sus "objetos" de estudio, sus pueblos "conquistados". En la mayoría de los casos parece que esto del injerto inconsciente del siglo XX entre muchos intérpretes de la conquista ocurre por mera ignorancia de lo que sí es la cosa de la historia humana, cosa grave, pero muy antigua, lo cual implica una gran flojera y desidia de su parte por todo lo que sea investigar de verdad lo que tanto se presume y sólo se cree buscar, defender y expresar.

¿1501?

Ya entonces. Por deshacer lo único. También elegimos por su valor simbólico este año para marcar la fecha posible de su engendramiento. Pero entonces igual elegimos este año para que nazca. Después del doble cero. Y nueve dantescos años después del primer "viaje" de Colón y veinte años antes de la caída de México-Tenochtitlan/Tlatelolco.

De acuerdo a la narración de Bernal Díaz del Castillo, esta niña indígena nació siendo la princesa heredera del reino de sus padres. Otra cuestión como de cuento medieval. Pero, según el mismo relato de Bernal, pronto, muy pronto morirá shakespeareanamente su padre, no se sabe de qué ni cómo ni por qué, mucho menos cuándo y dónde. ¿Algún tío malosón, como el de Hamlet y el de El Rey León de la compañía Disney? Su madre casará con otro varón, ¿el dichoso tío ese de la tragedia inglesa sobre el joven príncipe de Dinamarca?, sujeto del que, ¿legítima o ilegítimamente?, da a luz un hijo varón. Y para que este hijo segundogénito pueda heredar según las leyes del parentesco el gobierno del reino, la madre y el padrastro, ¿incestuosos?, deciden alejar de ahí
a la niña, la legítima primogénita. La entregan como esclava a un grupo de comerciantes ("pochtecas"), que así la llevarán como esclava hasta las tierras del actual estado de Tabasco, en donde ella aprenderá el idioma maya del posclásico tardío. Imposible determinar con exactitud lo que pueda significar una esclavitud de este tipo en las socioculturas de esa época de lo que llamamos Mesoamérica, en tanto todo o casi todo lo que se sabe de esto corresponde a las observaciones de un español ya anciano y muy medieval, Bernal Díaz del Castillo, cuando tal vez ciego (como Homero y Milton y Borges) "redacta" el documento por el que hoy le recordamos.

1519

El 15 de marzo, después de triunfar sobre los caciques indígenas de la región, en la ahora llamada Batalla de Cintla, un lugar del actual estado de Tabasco, Hernán Cortés recibe de los caciques derrotados el don de un grupo de mujeres que servirán a los conquistadores para hacerles las tortillas de maíz y darles de comer, cuando menos. En ese grupo de mujeres esclavas se encuentra ella, Doña Marina.

Cortés la entrega en propiedad a Puertocarrero, su socio más importante en la empresa de conquista. Poco después, un día antes del Domingo de Ramos, ella, junto con las demás mujeres del don de los caciques mayas derrotados por Cortés, recibió el bautismo cristiano. Momento donde se le da oficialmente el nombre cristiano de Marina, único nombre real por el que hoy podemos recordarla, pues todo lo demás es mera conjetura. Nombre, además, que ella aceptó como propio y empleó como tal hasta su muerte, pues desde ese día ella se comportó sin contradicción como una auténtica cristiana del lado conquistador hispanocatólico, sin titubeos ni flaquezas, otra vez como personaje de cuento moral medieval, cambió de bando por completo, sin mirar atrás.

“Marina”, por otra parte, es un nombre con muy alto valor simbólico; pues la señala como la mujer del mar o como una sirena, por ejemplo. También la convierte en una metáfora o representación posible de la Virgen María o, ya por estar en las modas más actuales, en María Magdalena. Marina fue un nombre constantemente empleado por los españoles para bautizar mujeres indígenas, como el de Juan para los varones.

Aunque no hay que ignorar que existen quienes consideran que este nombre se le otorgó en lengua castellana porque ella se llamaba "Malinalli" ("Hierba") en lengua indígena, cosa hasta cierto punto muy improbable, pues implica aceptar y refrendar un nombre "idólatra" o "equivocado". Cosa inusual para el esquema conquistador de la época. Sin embargo, todo sí deja entender que ella misma eligió este nombre para estar en el mundo, eligió Marina como su legítimo nombre. Por eso resulta algo rudo y turbio querer imponerle una voluntad indigenista regresiva que parece que ella nunca tuvo y hacerla regresar a la esclavitud con ese nombre prehispánico de Malinalli o Malintzin.

Días después del bautizo en la misa de acción de gracias por el triunfo de Cortés en la batalla de Cintla, el 24 de abril de ese mismo año, los españoles descubren que Marina entiende y habla la lengua de los emisarios de Moctezuma, el náhuatl. Cosa que mueve a Cortés a convertirla en su lengua y faraute, o sea, su traductora y representante personal directa, a cambio de lo que ella recibirá más que sólo su libertad al final de la conquista, según le ofrece él.

El 16 de junio Puertocarrero regresó a España, para negociar el apoyo del rey a la empresa de Cortés, desde ese momento este último la toma como su mujer.

Y en septiembre, simbólico mes zodiacal de la virgen, es cuando nos dice Bernal Díaz del Castillo en su relato de anciano que los indígenas comenzaron a llamar con la palabra "Malinche" a Hernán Cortés, según parece porque lo consideraban la sombra de ella, es decir, un hombre disminuido, falto de hombría, un ser poco viril que se ocultaba, cobarde y vil, detrás de la persona y la voz de una mera mujer, cosa que la convertía en una auténtica contra-mujer o demonio, grave motivo de escándalo en un mundo "azteca" o "mexica" donde parece que las mujeres no tenían ninguna presencia pública, pues se encontraban
sometidas por completo al sistema cerrado del yugo patriarcal. Esto también nos permite sospechar que los indígenas consideraban que ella, Doña Marina, era la verdadera "dueña" del poder belicoso de conquista de los españoles. Quizá por eso, para mostrarle a Moctezuma cómo era quien venía conquistando de esa manera, les bastó con presentarle un sujeto disfrazado como él, pues quizá consideraban que el conquistador sólo era una copia teatral de ella, la irrepresentable de principio, la invisible e indeseable, lo interdicto para ellos, los mexicas del Anáhuac. Así trataban de explicar que quienes habían llegado con tal grado de fuerza violenta eran gobernados por una demonio en verdad nefasta. También así resulta más fácil y claro pensar que quien era visto como Malinalli o yerba de la mala suerte fue el conquistador español y no ella, pensar que era Cortés, el poco hombre, el que causaba el desastre, ya que le vieron a él como un esclavo de ella, como un macho que se había dejado castrar y gobernar por una hembra, la parte maldita.

Porque todavía está por hacerse una legítima historia del significado de la lengua hablada y las lenguas traducidas en voz alta para las civilizaciones precolombinas.

De allí en adelante Marina jugará un papel sobredeterminante en la conquista militar de México, tal es la parte de su vida que más se conoce. Con su trabajo de traductora/traidora y representante legal.

Todas las acciones de que se tiene noticia que realizó en vida fueron a favor de Hernán Cortés y los españoles, nada hizo nunca en contra de ellos; así resulta que de veras ella decidió ser parte real y efectiva de ellos, los españoles, por su propia voluntad, para así alcanzar la más que libertad que le prometiera el capitán general.

Algo digno de considerar con detalle es el hecho de que Marina sea un "don" de guerra, un objeto de intercambio simbólico con que se intenta calmar la ira del vencedor, pues así es como se le entrega en tanto que "tortillera", para hacer las tortillas de maíz con que comen Cortés y su gente, algo que nos deja sospechar algo más que hacer la comida, cosa pesada como trabajo, muchas horas continuas de trabajo diario para hacer la masa y cocinar las "tlalli". Pues es pensable que también estas mujeras eran ofrecidas en tanto esclavas sexuales, para así calmar al español sin mujer, al español por ello, quizá, tan airado y enojado, tan maleducado, para hacerle disminuir ese comportamiento neurótico belicoso que había mostrado el ejército de la empresa de Cortés. Pues tal vez consideraban que se portaban así por ello, por falta de contacto con mujeres.

1522

Terminada la conquista militar de México, Cortés, tal como se lo prometió, según cuenta Bernal, le otorga plena libertad a la esclava Marina, quien, además, recibe en legítima propiedad, como parte de su trabajo conquistador, varios terrenos en Coyoacán.

Este año ella da a luz un hijo de Hernán Cortés: Martín, el mestizo.

Hasta donde nos es dable entender ahora, si Marina vivió en la ciudad de México después de la conquista, todo indica que lo hizo como toda una señora española, ya no como una mujer indígena, mucho menos como una esclava. Ni siquiera fue considerada como una cacica indígena. Se transformó, según parece, por completo, se convirtió de verdad en la otra, ella, Marina, una doña española y ya nunca más la esclava india prehispánica.

1523

De regreso de la expedición de Cortés a las Hibueras, donde es asesinado Cuauhtémoc, cuenta Bernal Díaz del Castillo, Marina pasó un tiempo viviendo en Coatzacoalcos. Allí le visitaron, dice él, su madre, bautizada ya como Marta por los españoles, y su medio-hermano, llamado Lázaro, dice Bernal que iban temerosos de que ella tomara represalias en su contra, por lo que le habían causado al despojarla de su legítima herencia de primogénita y negociarla como esclava con los pochtecas; pero no fue así. Magnánima y ya muy honorable y digna dama española, ella les perdona de inmediato, conduciéndose otra vez como toda una gran dama de novela de caballería, y les demuestra su cariño. Les hace saber que su deseo era ser cristiana y fiel a don Hernán Cortés, su señor. Se manifiesta orgullosa de ser lo que es. Por ello creemos que lo más correcto
es recordarla ahora y siempre, si tal cosa es posible, con el nombre español castellano de Marina, su nombre propio. Un elemento que le dio poder y autoconciencia, algo legítimo en términos feministas, si se quiere. Su Nombre. El suyo propio en la conciencia y los sueños. Más que una palabra.

1524

En este año Marina deja de ser la concubina adúltera de Cortés y contrae legítimo matrimonio por la iglesia y las leyes de España con otro de los conquistadores de México, Juan Jaramillo. Parece que entonces, por su importancia social, el gobierno de las ciudad les otorgó, por sus servicios de guerra, unos solares cerca del bosque de Chapultepec.

1527

Producto de ese matrimonio con Jaramillo, nace una hija, María.

De aquí en adelante, metida en su casa y cosa de ser una perfecta casada, retirada de sus trabajos de traductora/traidora en la guerra, la vida de Marina se nos oscurece por completo. Nada de verdad cierto se sabe sobre ella ya de aquí en adelante, todo es suposición y conjetura, especulación casi en asociación libre por completo.

Según dejan sospechar los documentos de un litigio, parece que ella muere poco después que la niña nació, cosa normal en la época, y que Jaramillo contrajo nupcias con otra mujer, una española esta vez. Pero no hay ninguna otra prueba documental de ello. Así hubiera vivido unos 28 o 32 años nada más, aunque, ya así, la leyenda medieval elegiría mejor los 33 años como su edad definitiva.

1537

Porque, si Doña Marina, la lengua, no es sólo un personaje simbólico, si no es sólo una alegoría medieval, entonces su nombre y persona reales aparecen mencionados y dibujados en los alegatos legales por un aperreamiento de indios caciques en Coyoacán, acto perpetrado por Hernán Cortés a través de la mediación otra vez traductora/traidora y nada parlamentaria de Marina. En estos documentos del alegato se le dibuja otra vez junto a Cortés, ordenando con su voz y gestos, lo mismo que contemplando y volviendo real con sus ojos de traidora/traductora, la tortura de los caciques.

Según algunos relatos, es por esta época cuando ella pudo haber muerto. Entonces resultaría probable que viviera unos 38 o 42 años. Algo ya menos fantástico y ficticio, por tanto más posible en la vida real.

1551

Por los documentos de un pleito legal por la propiedad de unos bienes muebles, nos enteramos de que, tal vez, Doña Marina vivía en la ciudad de México todavía antes del 21 de julio. Aunque la redacción del texto mencionado es muy ambigua al respecto.

Resulta imposible saber más por ahora sobre su vida. Prácticamente esto es todo lo que se puede saber sobre ella como un discurrir en el tiempo. De modo que este año se puede declarar por ahora como el de su muerte definitiva. Con ahora cerca de medio siglo de vida o poco más, donde ahora la leyenda criolla indigenista elegiría, sin dudar, los 52 años como la medida total de su vida en este mundo.

Y ya de salida de esta breve crónica, creemos interesante recordar, todavía, que la Malinche y Marina también han venido a conectar con el mito, quizá originado también en el romanticismo porpular del siglo XIX, de La Llorona. Otro raro mito que nos conecta de modo simbólico, ideológico, con la conquista.

Una mujer que llora por la muerte de sus hijos. Sólo se le escucha llorar y quejarse, de noche, en lo más oscuro. Pues quien la veía, se moría allí mismo de terror. Todo por el dolor demoniaco de ella.

Una mujer herida por la ruptura brutal de su línea materna de parentesco, una mujer rota en su esencia de mujer, según el orden simbólico falogocéntrico.

Así, para regresar a lo muy "simbólico" de la historia de esta mujer, resultaría que ella vivió justo cincuenta años, el medio siglo en que se realizó la conquista. Es, otra vez como en un cuento, una imagen emblemática, legítimamente emblemática, de todo ello.

Su lema: "La Malinche". La estampa o imagen: el mural de Orozco en San Idelfonso, donde la representa desnuda y morena junto al también desnudo pero muy blanco y barbado Hernán Cortés. Y su epigrama: ojalá este documento, nuestra interpretación cronológica de su improbable existencia.